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La codicia de la industria discográfica, el éxito de YouTube

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Si esto fuese una noticia al uso, el titular sería para Deezer, posiblemente la alternativa más pareja a Spotify que existe actualmente. La compañía francesa se ha sumado de una vez por todas a ofrecer planes familiares y lo ha hecho sin sorpresas: 14,99 euros al mes es el precio que dará acceso premium hasta a seis personas. Lo que se traduce en 2,5 euros por cabeza por disfrutar de las ventajas por las que los usuarios individuales pagan 9,99 euros mensuales.

En una comparación rápida con las principales plataformas de música por streaming, no hay diferencia alguna: en Spotify, Deezer, Google o Apple, los precios no varían ni en unas décimas: 9,99 dólares / euros para el solitario, 14,99 dólares / euros para la «familia» de hasta seis miembros. Las diferencias, en todo caso, están en las condiciones de cada sitio: Google y Apple no permiten el uso gratuito de sus servicios desde el PC, como sí hacen Spotify y Deezer.

En efecto, el «desprecio» obvio al equiparar dólares con euros ya es un motivo para decirles por aquí a todas estas tiendas de música, que no el único: 10 euros al mes, 120 euros al año, siendo una cantidad pequeña, no supone el mismo esfuerzo para un alemán, un noruego, un portugués o un español. Pero como digo, esto apenas es un detalle. Lo gordo está en la insaciable codicia de la industria discográfica y en la de algunos de los «artistas» más destacados a nivel de ventas.

Ni siquiera la todopoderosa Apple consiguió torcerles el brazo en su más reciente salto al modelo de suscripción por streaming, cuyo precio ha tenido que fijar tal y como lo exige el lobby de la música comercial; e incluso tuvo que recular en la decisión de no pagar a las compañías durante el periodo de prueba, todo gracias a las quejas de una tal Taylor Swift y otro puñado de músicos millonarios que, eso sí, no hablaban por ellos, sino por los nuevos que no se comen un rosco. Pero al César lo que es de César: Apple no regala nada suyo, y no tiene por qué regalar lo de los demás.

Pero volvamos al quid de la cuestión, porque en último término las plataformas mencionadas, por muy importantes que sean, no ponen los precios que desearían, sino los que están obligados a poner. Por eso, a pesar de que los millones de suscriptores de pago siguen aumentando, lo hacen a un ritmo de lentitud que exaspera a los dueños de los derechos de autor, que a su vez presionan y presionan para eliminar el modelo gratuito, de momento sin conseguirlo.

youtube music

Así es como YouTube, la tele mundial y de un tiempo a estar parte -solo hace falta fijarse en el ímpetu que le está poniendo Google para hacer de las aplicaciones móviles para Android y iOS un mejor reproductor de música- también la caja de música mundial, se ha pasado por el arco del triunfo a industria y artistas. Ni los unos ni los otros, se llamen Taylor Swift o Jay Z, se han atrevido a retirar sus temas de la plataforma de vídeo, como si han hecho en Spotify y otras. ¿La razón? Porque de ahí cobran, pero más importante aún, porque ahí obtienen una visibilidad que los medios tradicionales ni sueñan en volver a obtener.

Siendo conscientes de que el todo gratis ni es viable, ni es justo, terminaré diciendo que sí, hay que pagar, pero no lo que al ejecutivo de turno y sueldo indecente le apetezca. Curiosamente estos días la prensa generalista española se hacía eco de cómo los cárteles comerciales -empresas de todos los sectores que te puedas imaginar: peluquerías, vinos, pañales, gasolineras… e industrias mucho más grandes, por supuesto- que acuerdan precios de manera ilegal y oculta, siguen haciéndolo porque les resulta mucho más beneficioso pagar las multas que comportarse de acuerdo a la ley. Al menos en España, donde se supera con creces lo que sucede en potencias como Estados Unidos o Reino Unido, donde las multas sí escuecen de verdad y hasta pueden acabar con alguien en la cárcel.

Las grandes discográficas, estas sí, se pueden permitir el lujo de hacerlo a las claras y sin que nadie les tosa. Sin embargo, como no soy ningún experto en temas legales y comerciales, lo menciono como «anécdota». Lo que no alcanzo a comprender es por qué un grupo de seis amigos puede, a 2,5 euros por cabeza, disfrutar de una suscripción premium que al individuo le cuesta cuatro veces más. Es tan injusto que de pagar por una suscripción de estas, dejaría de hacerlo de inmediato. ¿Soy un tacaño o mi percepción está desajustada? Porque sí pago suscripciones por servicios de vídeo y aplicaciones y me parece tan normal.

Afortunadamente las masas van a su bola y aunque la omnipresencia de YouTube está lejos de ser utópica, es la mejor vara de medir en la actualidad: muchos millones de personas siguen «pirateando» música, hay quien dice que con razón; pero muchos más se meten en YouTube a escuchar todo lo que les plazca, porque para más inri, su catálogo es insuperable. Además, es un hecho que no podemos resistirnos a la música que nos gusta.

Enfocado en las nuevas tecnologías empresariales y de usuario final. Especializado en Linux y software de código abierto. Dirijo MuyLinux y escribo en MC, MCPRO y MuySeguridad, entre otros.

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