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Editorial: Tolerancia y respeto, ¿es posible una Internet mejor?
Desde un punto de vista puramente técnico podemos decir que hoy por hoy tenemos una Internet mejor que hace unos años, todo funciona muy rápido, podemos descargar ciertas cosas al instante y disfrutamos de un mundo de contenidos lleno de posibilidades que hace unos años no habíamos podido ni siquiera soñar.
Ha sido un cambio inmenso, es imposible negarlo, tanto que ha potenciado enormemente al ser humano en sentido amplio, aunque por desgracia también se ha convertido en un escenario perfecto para que el mismo desarrolle sus lados más oscuros, satisfaga sus más bajos instintos y desahogue sus frustraciones diarias mediante conductas que constituyen en muchos casos un delito.
Esto se aprecia en numerosas conductas que podemos ver a diario en foros, redes sociales y otras plataformas que permiten la interacción de los internautas entre sí, todas ellas amparadas por un elemento esencial que les permite hacer en la red lo que no se atreven o no pueden a llevar a cabo en su vida real.
El anonimato, elemento clave
Precisamente el anonimato que ofrece Internet ha sido la clave principal que ha servido de base para el crecimiento acelerado de diversa fauna nociva o tóxica, conocida como trolls, «flamers» y «haters», por poner algunos ejemplos.
Este tipo de usuarios no distingue edades, aunque es cierto que en su mayoría se trata de usuarios jóvenes que no superan los 30 años, y su objetivo principal es crear polémica, aunque sea con opiniones o críticas sin sentido, llegando en algunos casos a recurrir incluso al ataque personal si no llaman la atención en un primer momento.
Bajo ese halo de anonimato pueden darse el lujo de soltar toda la bilis que quieran, sin empatizar el daño que pueden llegar a causar ni tener el más mínimo temor a posibles represalias o consecuencias.
Odio irracional, otra pieza del puzzle
Las conductas violentas son también muy habituales, sobre todo en los tipos de trolls más extremos y en lo que conocemos como «haters».
Estos sujetos llegan a lanzar amenazas de muerte a personas que no conocen de nada, o incluso deseos de desgracias a ellos o a sus familiares, y pueden hacerlo por cosas tan simples como un desacuerdo en relación a una determinada marca o equipo, o simplemente por envidia.
Obviamente cometen un delito que está sancionado con penas de cárcel y de hecho ya han salido sentencias con condenas que de media rondan los dos años de prisión, pero ello no ha conseguido todavía hacer mella ni ha servido como medida intimidatoria.
Los ataques racistas también constituyen otro delito grave que por desgracia es muy habitual en Internet.
El sabiondo, otro elemento perjudicial
Casi todos nos hemos topado alguna vez con este tipo de usuarios, que amparados también por anonimato, el rápido funcionamiento de Internet y «San Google» actúan como falsos expertos en diferentes materias y buscan en muchas ocasiones menospreciar o dejar en evidencia a otros usuarios.
En este grupo cuadran varias figuras, desde los que se creen «académicos de la RAE» y van corrigiendo a otros con sorna o ánimo de ridiculizar hasta los que no dudan en invertir las horas que hagan falta en buscar información a diestro y siniestro para quedar bien o demostrar que «tienen razón» en una discusión.
Finalmente también cabría incluir al intolerante, aquel que es genial si piensas igual que él, pero que no duda en perder los estribos hasta límites irracionales con todos aquellos que no comparten sus opiniones.
La seguridad de estar en casa, detrás del monitor
He podido hablar con algún chaval que ha enfrentado denuncias por este tipo de conductas y con otros que todavía no han recibido el escarmiento que merecen, y esa valentía y seguridad en sí mismos que muestran desaparece casi siempre en el careo.
Esto supone que incluso se atreven a negar que hayan realizado las conductas que se les imputan, sino que además en casos extremos sus excusas rozan lo absurdo y llegan a decir que les han robado las cuentas y se han hecho pasar por ellos.
Existe por tanto una clara dicotomía entre su vida real y su vida digital, llegando a existir casos de «ángeles-demonios» que muestran una fachada que les ayuda a esconder las maldades que cometen en Internet.
Justificar abusos bajo un supuesto sentido del humor o acogerse a la libertad de expresión
También es muy habitual ver comentarios totalmente macabros o vejaciones extremas a otros usuarios que se aducen como «opiniones» fruto de la libertad de expresión o sentido del humor, pero el mundo no funciona así.
La libertad de expresión tiene límites, y empiezan cuando se vulneran los derechos de otros, algo que debemos tener muy claro.
Por otro lado el sentido del humor no puede servir tampoco de escudo universal para colar comentarios constitutivos de delito.
Educación, tolerancia y mano izquierda
Sé que muchos de vosotros habréis identificado a la perfección a estos tipos de personajes que por desgracia pululan a sus anchas por la red de redes, y es probable que incluso hayáis tenido que enfrentarlos en alguna ocasión.
Con ellos no sólo es imposible razonar, sino que incluso los intentos de mantener un diálogo civilizado pueden derivar en largas conversaciones sin sentido que vayan subiendo de tono y acaben muy mal.
Debido a esto la educación, la tolerancia y la mano izquierda son las mejores herramientas para desmotivar y esquivar a cualquiera de estos elementos. Si no consiguen llamar la atención y ven que no han logrado herir o afectar a su objetivo no obtendrán satisfacción alguna, y por lo tanto no tendrán motivos para seguir con sus ataques.
Un ejemplo claro: imaginemos una conversación sobre fútbol, un troll entra al trapo diciendo burradas sobre un equipo y deseando lo peor a un jugador. Si una sola persona le sigue el juego ese troll habrá conseguido lo que buscaba y podrá seguir dando guerra, pero si ve que lo ignoran luchará desesperado por llamar la atención hasta cansarse y desaparecer.
Cumpliendo esas simples premisas creo que probablemente lograríamos mejorar enormemente la convivencia en Internet.
La ley, un medio de protección
A pesar de que no lo interioricen como tal los usuarios tóxicos de Internet cometen delitos que nuestro Código Penal califica como graves y muy graves, y se exponen a ser condenados a penas de prisión bastante elevadas.
La unidad de delitos telemáticos de la Guardia Civil ayuda a todos aquellos afectados que hayan sido víctimas de este tipo de conductas dolosas y quieran denunciar, facilitando formularios e información, mientras que la ley sigue avanzando para adaptarse a los nuevos retos que plantea el delito en Internet.
No, no creo que la solución pase por adoptar una postura extrema de vigilancia a los usuarios de Internet, sino por concienciar, educar, denunciar si procede y ofrecer herramientas eficientes y adecuadas que permitan el cumplimiento de la ley.
Antes de que alguien me considere alarmista o exagerado me permito recordar que la figura del troll en Internet, entendido en sentido amplio como «usuario tóxico», ha llegado a provocar depresiones y daños tan importantes que han degenerado en suicidios, una realidad que hace menos de un par de meses se volvió a repetir cuando Rachel Bryk, desarrolladora del emulador Dolphin, fue hostigada por su condición de transexual.
Cansada, anunció que estaba mal y que consideraba el suicidio como una opción. Los trolls no cesaron y la animaron a hacerlo, llegando incluso a mofarse de ella por decirlo y no cumplirlo.
Si hiciéramos esto fuera de Internet sería juzgado como un delito de inducción al suicidio y sería castigado, igual que debe suceder si se comete a través de la red de redes.
Como siempre os animo a que nos dejéis vuestra opinión en los comentarios y a que nos contéis vuestras experiencias y anécdotas con la fauna de Internet.
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