Ambas han estado viajando a través del sistema solar (ahora más allá) durante las últimas cuatro décadas y juntas, han transformado la comprensión de nuestro vecindario estelar y ahora están revelando información sin precedentes sobre el espacio interestelar más allá de la esfera de influencia del Sol en una zona a la que el ser humano no puede acceder.
Voyager 2 fue el segundo objeto fabricado por el hombre que lograra abandonar la heliosfera (la primera fue su «gemela», la Voyager 1) y adentrarse en la nube de Oort, considerada el límite de nuestro Sistema Solar. Aunque su misión original era visitar Júpiter y Saturno (fueron las primeras sondas en proporcionar imágenes detalladas de los satélites de esos planetas) y su vida útil se calculaba en solo cinco años ya van para 43 alejándose de nuestro planeta y NASA espera poder comunicarse hasta 2025 gracias a los tres pequeños generadores termoeléctricos de radioisótopos que suministran la energía.
Además de su valor científico, Voyager 1 lleva en su interior un objeto muy especial por si una civilización avanzada la encuentra algún día. Se trata del Disco de oro de las Voyager, un disco de gramófono con los «Sonidos de la Tierra» que retratan la diversidad de la vida y la cultura de nuestro planeta. Fue seleccionado por un comité que presidió Carl Sagan. «Una botella lanzada al océano cósmico» como la definió el gran divulgador científico.
Voyager 2 hoy, Alfa Centauri mañana
Aunque será imposible que las Voyager salgan de la nube de Oort, NASA tiene previsto un proyecto que llegará mucho más lejos y confía lanzar una sonda en 2069 cuando se cumplan los primeros 100 años de la llegada del hombre a la Luna con el Apollo 11. La misión es tan novedosa que no tiene ni nombre y de hecho, es poco más que un sueño porque prevé utilizar tecnologías que todavía no existen.
Se trata de una misión interestelar para llevar una sonda a Alfa Centauri, el sistema estelar más cercano al Sol. Situado a tan «solo» 4,37 años luz, es un simple paso en términos astronómicos, pero está a una distancia enorme para nuestra limitada tecnología. Sería la sonda más rápida de la historia al alcanzar un 10% de la velocidad de la luz y sólo tardaría 44 años en llegar. Para conseguir esa velocidad NASA confía en usar tecnologías de ciencia ficción basadas en láseres, reacciones nucleares y colisiones materia-antimateria.